El río San Juan discurre plácidamente entre la Sierra de Guadarrama y el Duratón, al cual cede sus aguas, por el nordeste de la provincia de Segovia. El río San Juan es un río anónimo, un río casi desconocido quizá por la fama de las Hoces del Duratón, su hermano mayor que por suerte o por desgracia (eso nunca se sabe) le ha robado todo el protagonismo. Y sin embargo éste no tiene nada que envidiarle a aquél. A lo largo de su curso se han levantado iglesias que se han poblado de gentes venidas en su mayoría del norte de la Península; castillos en una tierra de frontera que era necesario afianzar ante el enemigo que vino del Sur. A lo largo de sus orillas el hombre supo sacar el máximo rendimiento construyendo molinos, roturando sus vegas para campos de labor y aprovechando sus frondosas arboledas para, de la madera, del barro y de la piedra, levantar sus nuevos hogares.
A partir de la década de los 50 del s. XX se produce un nuevo movimiento migratorio. Las gentes del campo castellano, y Segovia no fue una excepción, parten hacia los núcleos industriales del norte y hacia las grandes capitales, en especial Madrid, en busca de un futuro mejor. Lentamente los pueblos y aldeas del nordeste segoviano se van despoblando, las casas se van desmoronando bajo el peso de los años, y el tiempo extiende un manto de olvido y silencio.
Ajeno a la historia de los hombres, las aguas del río San Juan han seguido corriendo desde la noche de los tiempos. La sombra del buitre leonado se proyecta desde los altos riscos de los cañones que el río, ya casi en su desembocadura en el Duratón, ha horadado con el paso de los siglos, quizá como tributo y admiración a su conocido y famoso hermano mayor.